Gratitud al terroir hecha vino

Natalia Badan y su bodega Mogor Badan en Baja California sigue abrazando la filosofía del cuidado a la tierra, más intensamente que nunca

WENDY PÉREZ

Natalia Badan prefiere llamar a la Baja una región afín para cultivar vid, olivos y otras plantas mediterráneas, más que una zona productora de vinos, y las razones son muchas y están a la vista.

Ella la nombra su pequeña patria, a la que ama y conoce entrañablemente, con la que sufre sus amenazas y a la vez celebra su resiliencia día tras día.

“Conozco el clima, la sucesión de las estaciones, el canto de los pájaros, el latir de la tierra. Vivo aquí desde que tenía 6 meses y ya pasé los 70 y, sobre todo, la vivo intensamente en sus amaneceres y atardeceres. Es mi pequeña patria, sin duda”, cuenta Natalia mientras toma una taza de té sentada frente a su viñedo Mogor Badan, parte de la estirpe enológica del país y proyecto defensor del oficio agrícola del Valle de Guadalupe.

Desde 1985 la familia Badan con Antonio, hermano de Natalia, fallecido en 2008, construyó una filosofía de trabajo en torno al viñedo que en menos de dos décadas de arranque ya generaba vinos boutique como Mogor Badan, Arrebol, Chasselas y Pirineo.

“Donde estoy es un lugar único en México que no hemos sabido valorar en su profundidad, sólo superficialmente fraccionando la tierra y vendiéndose para ganar dinero rápido, cuando el verdadero valor está en ese suelo, pero hasta que dejemos de verlo como un ente inerte evitaremos estar reventando los lugares que esta patria tan privilegiada tiene”.

Tal realidad, y el romanticismo que confiesa reina en su familia, han validado una serie de caminos en la génesis de Mogor Badan. Una que actualmente usa la agricultura regenerativa como guía y que entiende que cuando se trata de cultivar se habla de una tarea a largo plazo.

“Arrancamos hace más de siete años haciendo cambios, y veo los resultados en los suelos que sufrieron el embate de la llamada revolución verde que sucedió cuando era niña, y sé que me voy a morir antes de terminar el trabajo”, resalta Natalia, quien comenta de la compleja sequía que está viviendo el Valle.

Hablando con voz de agricultora, sabe que en cuanto llueva poquito dejarán esas preocupaciones a un lado para comenzar a sacarle provecho a la resiliencia de la madre naturaleza, pero no deja de pensar que cualquier acción en pro de ella cuenta, aunque sea sólo plantar un árbol o cuidar una vid.

“Recordemos que la agricultura convencional creada a partir de la revolución verde tenía la ilusión de alimentar al mundo produciendo todos estos agroquímicos muy agresivos, priorizando los cultivos masivos y, peor aún, los monocultivos, que paulatinamente han destruido las capas de suelo y sus microorganismos, volviéndose inertes, cuando se debe hacer justo lo contrario.

“Efectivamente, es un cambio de visión enorme, a mí me costó muchísimo porque desde la época de mi papá, fundador de este rancho en 1948, siempre trabajamos buscando no usar agroquímicos.

“Pero esto va más allá, implica cambiar de filosofía e ir construyendo el suelo, literalmente. Y para ello debes tener una cobertura sobre él, no tener el suelo desnudo, es dejar de arar, que empieces a cortar cuidadosamente la maleza o ‘bueneza’ como le digo yo, para hacer un colchón que se vuelva como una esponja que cuando llueva absorba mucha más agua y alimente a los microorganismos que fertilizan el suelo”, describe esta mujer que proyecta una fascinación y convicción por este de cultivo que generará “otro tipo de copas”.

Aunque aclara que no tiene la verdad absoluta, la agricultura sustentable que emplea en Mogor Badan es un experimento de vida que considera vale todo la pena.

“Obviamente no lo inventé yo, sólo me informé y leí y vi ejemplos y me parece absolutamente fascinante tener este proyecto de regeneración, pues empiezas a ver cómo las plantas, gracias a que el suelo está sano, sufren menos. Es una simbiosis entre plantas nativas y tus plantas”.

La charla fluye y las anécdotas también: “Recuerdo cuando llegaron unos ingenieros agrónomos y me pusieron una regañadota por mis viñedos, con la única finalidad de venderme agroquímicos, pero aferrada yo a mi agricultura orgánica, a esta filosofía en el Mogor que es y seguirá siendo inamovible. Te digo, soy orgánica desde siempre”.

Para Natalia es apremiante dejar de ser tan soberbios y tratar de imitar más a la naturaleza.

“Hagan esta analogía, llenar la tierra de pesticidas es como si tú te llenaras de antibióticos, te vas a acabar muriendo porque vas a perder todas las defensas, lo mismo pasa con el suelo”, me dice a la vez que profundiza en los beneficios de los lentiscos que rodean uno de sus viñedos, arbustos que según un estudio de la Universidad de Davis albergan animalitos que en un momento determinado se comen las plagas de la viña.

Consciente está, resalta, que lo sustentable significa muchas cosas, entre ellas sacrificar un poco de tonelaje de uvas, pero a la vez significa generosidad.

“Hay que dejar la tierra mejor que como la recibimos, si hacemos esto las consecuencias se sentirán hasta en las copas de vino”, concluye Natalia, sin terminar contándome otro sueño: transformar su rancho en una región de conservación, sueño que sabe continuarán sus hijos.

Pregunta por los vinos que VB tiene de Mogor Badan.